Para qué dejar una carta inconclusa sin cerrar
con una taza de café congelándose
sobre el escritorio.
Un montón de adornos sin pintar,
y cuadros que nunca se clavaron
en ninguna pared.
La ropa sucia que no se lavó,
y que nunca se volvió a ocupar
terminó pegada al suelo.
Lo mismo pasó con los sueños
cuando el amor los hizo cambiar
y luego los dejó olvidados.
Por qué se quedaron dormidas
todas las luces del cielo
en un te amo convertido en quiero.
Para qué hacer canciones
que sólo va a escuchar la luna
cuando aulle el más débil de los perros.
Los poemas que crecieron de este árbol
quizás se ataron con nudos ciegos
y por eso su fruto jamás maduró.
Tal vez soy de esos hombres
que no apagan bien el cigarro
y les gusta que quede humiando
para dejarse pensar que aún queda
un poco más que fumar.
Como un pez de criadero
que nació para sentirse decepcionado
de su propio fin.
Como un pescador que no ocupa carnada
y se sienta todos los días
en el mismo puente.
Como el lector que no queda satisfecho
cuando ya ha leído una o dos
y hasta tres veces el mismo asiento.
Como el borracho que no se va
hasta que cierran el bar
con la petaca llena de blues.
Como la encrucijada que no termina
de dar promesas a los nuevos
y resiste inmune cualquier llanto.
Para qué afinar las cuerdas
o ponerle la hora al reloj
si cuando se acaben los recuerdos
no sabré ni mi nombre
y muy poco importará si tengo o no
razones para despedirme.
Para qué visitar los cementerios
donde solía esconderme cuando chico
a descansar de los vivos
durmiendo con los muertos.
Para qué afirmarse de las cosas o del tiempo
si cuando envejezca habré cambiado tanto de piel
que ya no seré el mismo.
Probablemente hoy cuando pienso que permanezco
no consigo ni siquiera deshacerme o separarme
de las malas y buenas compañías
que por suerte no se acaban
y que penosamente se han llevado
las peores contradicciones.
Para qué seguir buscando donde no hay
tesoros enterrados bajo los cartones
o besos a ojos cerrados
o abrazos que no piden más
cuando no se tiene y se tiene tanto
lo que no se puede tener.
Para qué sobrevivir como un muerto
con límite de estadía
hasta que por fin se salgan los ojos
y las uñas no dejen de crecer
enterradas en las mejillas
en una mueca de espanto.
Para qué hacer cicatrices en la cara
con lágrimas que se robaron la juventud
y dejaron los codos rotos
y las mesas sin pintura.
Para qué estrujar las botellas
cuando está claro que hay que dejarlas estar
y no seguir tambaleándose contra las madrugadas.
Para qué hacer pájaros de papel
y arrojarlos con sus plumas de palabras
por los balcones de esta triste ciudad.
Para qué confiar con miedo
si así sólo se pasa frío
aunque muchos cuerpos calienten
la tan temida soledad.
Para qué seguir nadando contra corriente
si cuando llegue al comienzo del cauce
daré libertad a mis hijos
pero yo nunca más podré volver al mar.
Para qué....vida. Para qué....
¿Para qué?...
sábado, julio 18, 2009
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