jueves, noviembre 30, 2006

Miren como va

Con sus zapatitos de charol y su camisa muy bien ordenada bajo su pantalón, camino frente a los invitados con tal gracia que parecía una actuación. No vacilo ni por un instante mientras recorría las caras de los que mas llamaron su atención. La gente se amontonaba al verlo pasar, murmuraban sin disimulo o se reducían simplemente a una agitada expresión de admiración. Entre la multitud que le abría paso se dirigió a la mesa del comedor, en donde solo encontró miradas de reproche y decepción. La mesa poseía una forma muy peculiar, además de ser exageradamente grande, tenia cinco lados iguales. Solo cuatro de ellos tenían ocupante y la silla que restaba estaba firmemente acomodada contra un lado de la mesa. Los individuos compartían tranquilamente de su propia compañía y parecían no esperar a nadie más. Entonces el niño con su carita llena de pena tomo la silla desocupada y se sentó, tragándose las lagrimas que en ese mundo significaban derrota y cobardía. Después de un día de ajetreo se encontraba exhausto por el cansancio y busco atención entre sus acompañantes para intentar enseñar lo que había aprendido. Pero no halló más que burlas y molestos comentarios apestados de una fría ironía. Cuyo único fin era de refregar en su rostro los errores mas superados. Sin saber que hacer se limito al silencio y guardo esos momentos en el ataúd de sus frustraciones. A menudo se comportaba como un niño desobediente y fiel a su visión de la vida. No aceptaba la desvalorización de su pensamiento a tal extremo que casi dependía de la confianza que le tenga su alrededor para poder continuar. Estuvo así mucho tiempo divagando entre la pasión y la herida. Estancado en la misma claridad del día. Todos los días conflictos similares perturbaban sus ideas. Lo que nunca perdió fue la fe, daba por hecho que los malos ratos quedarían desechos. No ponía en duda el destino que le otorgaba su omnipotente creador. Hasta el día en que llego a la conclusión de que si quería seguir adelante todo debía cambiar, inclusive su entorno. A medida que se avanza en el camino los parajes van circulando a tu lado, variando con cada paso pensó. Esa noche durmió como nunca antes, los tensos pies que rozaban los suyos no fueron motivo para disgustar su descanso. La palpitante ilusión que se esparcía por cada rincón de su ser debía ser escuchada. Despertó en la mañana siguiente con el sol entrando por su ventana, al ver que ya había amanecido sintió un gran alivio y se vistió rápidamente. Dedicó las primeras horas a esperar alguna razón que lo hiciera dudar de sus planes. Uno a uno iban apareciendo los rostros que le resultaban familiares. Pocas palabras de intercambio le fueron respondidas con amabilidad, en su mayoría fueron desganadas y claramente forzadas. No me equivoco en mi aventura aunque la crean una renuncia se dijo ensimismado. Entretenido en su trabajo, al cual creen menos que garabatos y líneas absurdas trazadas a destajo, vigiló pacientemente a los moradores de la vivienda. Intento pasar casi por un adorno y tapo las quejas con generosos sobornos. Cuando la habitación quedo completamente vacía supo que era el momento indicado corrió decididamente sobre sus bienes mas preciados. Los apilo en la maleta uno a uno con mucho cuidado. Al terminar la maleta la cerró con una pequeña llave que luego guardo en su bolsillo. Abrió el closet con brusquedad y tomo su mejor atuendo. El viejo terno negro a rayas que solo utilizaba para momentos especiales. Se sorprendió un poco al ver que a pesar del cambio que mostraba su cuerpo no tuvo dificultades en ponérselo. Por ultimo en la parte superior de su gaveta se encontraba, con su atemorizante olor a metal, quien seria su fiel compañera. La cargo con las manos llenas de sudor y la introdujo en su bolsillo sin error. Al caer se escucho como rozaba la pequeña llave que minutos antes había lanzado al pantalón. Tomo el equipaje y se dirigió a la puerta. Una vez frente a ella giro la cabeza y vio su reflejo en el espejo colgado a sus espaldas. Supo en ese instante que seria la última vez que vería el hogar que con años de esfuerzo logro crear. La familia que dejaba había fortalecido sus lazos gracias a los dos bandos que se formaban con cada una de las discusiones. El de ellos y el suyo. Quien tuviera la razón nunca fue lo esencial, sino a quien pudiesen culpar. Con el sombrero puesto y digno hasta el final empujo la puerta. Una vez abierta se retiro cordialmente, con el sutil sonido del roce de metales. Provocado por la temblorosa mano que llevaba en el bolsillo del pantalón.

viernes, noviembre 24, 2006

San Asco

El blanco sepulcral de la celda inmunda asoma la vista entre el frío acero de la ventana que yace cubierta de polvo. Se escucha la burla del gigante inmaduro que lo aparta bajo su sombra y en un carnaval de heridas se abre la frente con sagaces instrumentos. En muy poco tiempo ya parecen extraños a pesar de verlos todo el día gritando. Suspiro en mi falsa renuncia y alejo, la pereza de mi cuerpo perplejo. Desgarro el silencio en mi respuesta frenética dejo solo la humedad hastiante de esta nueva tierra. En la asfixia adquirida recojo los restos de mis pesadillas. Lucho por mantenerme en pie aunque solo podría dejarme caer. Mis vertiginosos deberes me aconsejan la comodidad de la caída, pero antes de sentir el áspero suelo siento la soga que irrita mi cuello, endereza la balanza de la conciencia que cada día se asemeja más a una estepa desierta. Gateo como años antes, arrastrándome en mi decadencia como la serpiente que dibuja mi senda. Cada mañana soy el verdugo de mi propia miseria, refriego la esencia culpable de esta violencia. En mi sonámbula afición recorro con perfecta precisión los espacios libres de juicio. M e esfumo en un instante de la vista arisca y me satisfago en la desobediencia de mis planes. Durante mi camuflaje fallido, quedo sumergido en la planicie cautivadora del griceazo suelo. En la calle disimulo con delicadeza para no perder la cabeza y a veces agradezco a mi pereza, el atraso permitido. Por un segundo concentro mi arte en una mirada y se la dedico al eficaz pábulo de mi despertar. Luego la inercia me lleva al estropeado ronronear de una caja de sorpresas. En donde solo me queda ese olor a tristeza. Detengo mi respiración pues la muchedumbre asfixia todo a su alrededor. A la mínima oportunidad me fugo como si fuera humo y el calor desmotivante de esos rostros cansados se desvanece. Mis piernas conocen su destino por eso se deslizan con cierto sigilo. Las detengo para subirme al hombro el escudo inmaduro, con el cual el día no parece tan duro. Después de unos bostezos salgo del camino de los excesos y baño mis ojos desechos. Juego tranquilamente unos minutos con las frases que creo sin disimulo, me introduzco en lo profundo de mi mundo confuso. A esa altura pareciera haber perdido el rumbo, pero siempre encuentro el rebaño oportuno. Es ahí cuando mi disfraz se hace legal y hasta se me ocurre escapar. Pero no doy marcha atrás no les daré ese gusto jamás. Rápidamente mezclado entre la multitud, logro pasar desapercibido a los ojos que perturban mi andar. No intento llamar la atención, prefiero guardarme en silencio para otra ocasión. Tan visible como una sombra en la oscuridad, si es temprano no hay problemas para entrar. Una vez adentro todo es diferente, la voz ya no es consecuente si hay que dar opiniones más suficientes. Comienza así el espectáculo digno de repulsión, ves como la gente pelea por hacerlo mejor. Yo me mantengo siempre como el hombre sin expresión que no juega a ser el mejor, que puede llorar sin lagrimear pensando en la forma de escapar. Puedo mostrarme indiferente como quien no se asombra ni comprende, puedo ver triunfos o derrotas pero no me inmuto con esas cosas. Tomo el rol de esquizofrénico que se consulta siempre primero, pudiendo reír sin hacer muecas ya que no importa lo que yo sepa. Soy el hombre enamorado y elegí el silencio caro, para castrar mi voz en fallos que no expliquen lo que hago.
Las horas pasan por mi cabeza pero el tiempo afuera no avanza ni una milésima. Busco inocentemente una sonrisa que logre complacerme. La curiosidad se adjunta a mi incoherencia y sin darme cuenta puedo quedar ciego de impaciencia. Dejando esfumar el sueño carismático que he tenido durante años, poder encontrar una mujer sin lazos como los de estos seres ingratos.
Mi día continua con más molestias, escucho los gritos sin inteligencia de la gente que actúa como bestia. Soportando el letargo que ofrece esta fiesta en honor a la absurda importancia de la apariencia.
Siento pena en mis recesos por los niños que caen indefensos, en la banalidad
que incita a despreciar los sentimientos de verdad. Las niñas que creí en su siesta infantil ahora ríen como muñecas de trapo que se han desgastado de tanto andar de mano en mano. Mucha impotencia me da esto pero nada puedo hacer en este sucio encierro. Distraigo mis pensamientos a menudo gracias a los que a mi lado no se quedan mudos. Calmo mis malas rabias en conversaciones llenas de gracia y apago los calurosos aires vagos que en mis suspiros con fuerza inflamo. Aparto la locura de mi lado y me vuelvo cada vez mas extraño, a veces ni siquiera yo entiendo lo que hago pero no por eso dejare de hacer lo que hago. Divago junto a los estragos en mi senda predilecta. Sin darme cuenta de lo que desmorona mi imprudencia. El cansancio en esas horas es mi fiel compañero y no se aparta de mi lado con tan apacibles pensamientos. Hoy es mi último día y rindo tributo al azar nostálgico de nuestras suertes. En ella decae la justicia de nuestros pasos. Largo ha sido el castigo de mis ataduras. Que ahora roídas y gastadas piden exhaustas un relevo de su guardia. Puede que sea el momento indicado para dejar de lado los engaños y abrirme paso entre estos extraños. Sino, el tiempo que le he dedicado a esta inquietante ilusión quedara reducido a una traviesa nube en mi memoria. Aparecería entonces la duda ante mis actos plagados de conflictos.
Desterrando el recuerdo de colores que vi pasar alegremente, sin poder reaccionar de forma inteligente. Casi fingiendo indiferencia la vi abandonar el camino y de no ser porque padezco de timidez, no sentiría este amargo temblor en la piel. El tiempo fue como agua sobre las manos, se escapo al menor descuido de mis tratos. La idea del olvido ocultando su nombre me produce mas que exaltación. Es la impotencia que derrite mi sien cada vez que creo que se fue…

Exilio

“Al fin” pensé mientras utilizaba todas mis fuerzas para mover el oxidado portón verde que bloqueaba mi camino. El jardín bañado en hojas caídas, marchitas y sin vida, le daba un aspecto de abandono que ni en mis mejores años hubiese deseado.
Un ardor en la garganta enrojeció mis mejillas. Sensaciones compartidas, tristeza se me desbordaba por el pecho, cuando una euforia consumía mis entrañas. Avance sigilosamente entre la niebla que erizaba cada pelo de mi ser, tal como un frió manantial de pasiones prohibidas. Me sentí pequeño e indefenso en la jungla de mis fantasías, solo basto con recordar mi pasado. Agite los brazos abriendo camino entre los pastizales desganados.
Al cabo de unos minutos, tras mi lucha entre juegos infinitos, me ubique en el haz de luz que iluminaba una sala carcomida por la naturaleza. Creadora de un sinfín de emociones e ilusiones. El silencio cubría el eco que denotaba mi respiración. Dirigí una palabra al cielo raso, y mi voz pareció respondida por cálidos susurros. Me adentre entre unas estrechas paredes donde una habitación emergía muda ante mis ojos perplejos. Habitación de gritos y peleas que no podré borrar de mi memoria. La frente se encendía en llamas y las venas hacían fluir el líquido que inflamaba mi ser. Un momento de odio y pesadillas que me esforcé en calmar. Llevo a mi mente una suave voz, un sedante para mis ansias de justicia.
Con los ojos humedecidos trago las lagrimas en un intento fallido de aparentar hombría.
Mis puños apretados ya no temblaban, me dedique a caer de rodillas. Cubrí mis ojos con el recuerdo de a quienes debo mi existencia fallida. El cuarto se transformo en un vientre materno, sentí su protección enalteciendo mi razón. Es el límite del amor que he sentido en mi vida. Al mismo tiempo que me mantengo agachado abrazado conmigo mismo, veo una mano que golpea mi hombro. Sin la más mínima intención de prestarme apoyo, obligándome a decaer en los mismos pasos erróneos de su dueño. A pesar de sentir ese amor indiscutible, el yugo de las fantasías ajenas me retiene con su peso. Esperan que el fruto de su amor borre sus huellas de fracaso en las sendas de elección.
Gateé hasta la salida, en mi mareo nauseabundo de pensamientos confundidos. Me refugie en las sombras y exhale el halo húmedo de la soledad. Decaí en mi jaqueca, rendido a los pies de una arruinada escalera.
No podría asegurar cuanto tiempo estuve allí inconsciente, pero cuando desperté hurgué en mi bolsillo y un humo espeso calmo mis dolores. Me puse de pie apoyándome en la pared, mis fuerzas volvían poco a poco.
Subí las escaleras con un dejo de impaciencia. Las mugrientas paredes ensuciaban mis manos ciegas. Paso a paso crujía la vieja escalera de madera. Su noble base de árboles prohibidos se notaba afectada por el paso de los años. Me demore una eternidad en llegar arriba, o eso pensé, pues mis ojos se palidecieron en cada escalón. En la cima de mi coloso se encontraba mi mayor tesoro, pero no existía la prisa, nada podía arrebatarme mi derecho. Proseguí con paso firme entrometiéndome en la primera sombra. Palpe delicadamente la superficie esperando encontrar a alguien allí, junto a mí.
Fue solo una ilusión pero por un segundo creí ver un niño estirado en el piso con las piernas en la pared. Puse una mano dentro de la habitación y un escalofrío me acaricio suavemente.
Como la seda de luna que corre libre entre los cuerpos de bellas mujeres. Me sentí niño con sueños joviales a la vez que me acercaba al rincón bajo la ventana de mis viejas confesiones. Bajo el marco de la ventana con una antigua caligrafía se asomaba una frase que decía: “Por mi puño morirán las lagrimas derramadas bajo esta ventana”. “Que extraño es el azar de pensamientos de un niño”, pensé. Titubeé un momento, luego me levante y camine hacia la oscuridad que me separaba de la siguiente escalera. El frío viento me susurro algo al oído como un ave perdida en su vuelo sombrío. Fije la vista a mi lado y pude distinguir unas coloridas caricaturas con tiernas sonrisas. Oí sin duda una risa inocente que me incito a quererla sin darle importancia a nada más. Protegerla como a un ángel condenado a este paraíso terrenal. Lleno de voces y roces que estaremos obligados a olvidar.
Sacudí la cabeza tras recuperar la conciencia, nuevamente había terminado en el piso, boca arriba. Di media vuelta y puse un pie en el primer escalón. Un tranquilizante olor a incienso y anís abrumo mis pulmones, refrescando mi respirar en la humedad que expedían las añejas maderas de la casa. La inusual escalera en forma de espiral conseguía seducirme con cada sonido que provocaban mis pasos. Me detuve a medio camino, el olor se hacia mas denso, y un calor que brotaba del otro lado de la puerta, censurada en mi niñez, me llamaba. Me acerque lentamente y gire la manilla con rapidez. Jadeé un segundo y presentí las sombras que se levantaban a mis espaldas. Enfoque la vista y a lo lejos las hilachas de una roñosa cortina bailaban siseando el estrepitoso ulular del viento. Al son de mis recuerdos jure llegar al fondo de mi curiosidad. Olores de flores me acogían en su manto maternal deseándome el bienestar de una vida sin miedos. El apoyo de un abrazo sincero, sin interés alguno más que el de una sonrisa. Se entumecieron mis gestos por las lágrimas que resbalaban desfigurando mi rostro. Un amor incondicional calmo mi llanto mordido repleto de rabia a mi mismo, por mi ceguera que logro olvidar lo que en mi niñez fue pábulo de decisiones y acciones.
Respire hondo y rebalce mis pulmones de este sagrado perfume. Abrigándome con su cariño una ultima vez. Parado en el umbral dedique un suspiro para desgarrar por siempre el olvido, y di una ultima caricia a la manilla de la puerta…

La tranquilidad que se libero en mí al salir de ese cuarto no tiene comparación. No fue necesario ni siquiera un esfuerzo para sentir como el agitado temporal mecía la parte más alta de la casa. No había duda, ya era hora de enfrentar mi deseo. De a dos escalones subí valientemente lo que restaba de escalera. Me detuve en seco al llegar arriba. Los colores crema de las rugosas paredes y su extraña pirámide de recuerdos sonrojo mis mejillas. El habla se me apago en una tenue tos. Ni las nubes venturosas y atrevidas habían logrado oscurecer la mansarda. Las ventanas empañadas en los costados relucían con vida propia. Una sonrisa se dibujo en mi rostro inexpresivo con cada paso que daba para acercarme al enorme ventanal. Un calor brotaba de mi alma, sugerí un descanso al corazón que se agitaba sin perdón. Me senté en el baúl que en años anteriores ocupe como escenario de mis revelaciones extravagantes. El viento que se filtraba por el deteriorado techo hacia girar el ventilador de mis ancianos. Las campanas de viento dedicaban un vals que imagine al lago danzar febrilmente.
Abrí los ventanales de la discordia, morí y nací nuevamente con mis pulmones extasiados. La fría tempestad de las nubes entrelazaba mil y una pasiones en el cielo gris del invierno de mi vida. Mi escondite habitual se hizo visible derramando las hojas que deseche por los cielos. La soledad de mis pasos dejo de tener importancia, acompañado de las sombras de mis amores, que nunca fue necesario poseer.
Es por eso que en mi silencio me rendí bajo la protección de estas paredes. Siempre con la luz sobre mis ojos, cegando el destino de noches como esta. Que nunca acaban en una guarida de temores, sino que buscan entre mi pasado una caricia perdida a cual acompañar. Me confine a esta celda helada, luchando contra los temblores frenéticos que deja mi gélido aliento. Cada vez que respiro se humedece hasta el fondo de mi garganta. Estaré aquí en mi dilema, hasta que termine mi paciencia. Mi despreciable condena me prefiere atado de pies a cabeza o tal vez solo debo olvidar el nombre que se lee en esta pieza. Así quizás consiga el tiempo convertir mi silencio en tan solo una brisa, que logre escaparse en una risa, pasando a ser tan solo una triste melodía…