viernes, noviembre 24, 2006

Exilio

“Al fin” pensé mientras utilizaba todas mis fuerzas para mover el oxidado portón verde que bloqueaba mi camino. El jardín bañado en hojas caídas, marchitas y sin vida, le daba un aspecto de abandono que ni en mis mejores años hubiese deseado.
Un ardor en la garganta enrojeció mis mejillas. Sensaciones compartidas, tristeza se me desbordaba por el pecho, cuando una euforia consumía mis entrañas. Avance sigilosamente entre la niebla que erizaba cada pelo de mi ser, tal como un frió manantial de pasiones prohibidas. Me sentí pequeño e indefenso en la jungla de mis fantasías, solo basto con recordar mi pasado. Agite los brazos abriendo camino entre los pastizales desganados.
Al cabo de unos minutos, tras mi lucha entre juegos infinitos, me ubique en el haz de luz que iluminaba una sala carcomida por la naturaleza. Creadora de un sinfín de emociones e ilusiones. El silencio cubría el eco que denotaba mi respiración. Dirigí una palabra al cielo raso, y mi voz pareció respondida por cálidos susurros. Me adentre entre unas estrechas paredes donde una habitación emergía muda ante mis ojos perplejos. Habitación de gritos y peleas que no podré borrar de mi memoria. La frente se encendía en llamas y las venas hacían fluir el líquido que inflamaba mi ser. Un momento de odio y pesadillas que me esforcé en calmar. Llevo a mi mente una suave voz, un sedante para mis ansias de justicia.
Con los ojos humedecidos trago las lagrimas en un intento fallido de aparentar hombría.
Mis puños apretados ya no temblaban, me dedique a caer de rodillas. Cubrí mis ojos con el recuerdo de a quienes debo mi existencia fallida. El cuarto se transformo en un vientre materno, sentí su protección enalteciendo mi razón. Es el límite del amor que he sentido en mi vida. Al mismo tiempo que me mantengo agachado abrazado conmigo mismo, veo una mano que golpea mi hombro. Sin la más mínima intención de prestarme apoyo, obligándome a decaer en los mismos pasos erróneos de su dueño. A pesar de sentir ese amor indiscutible, el yugo de las fantasías ajenas me retiene con su peso. Esperan que el fruto de su amor borre sus huellas de fracaso en las sendas de elección.
Gateé hasta la salida, en mi mareo nauseabundo de pensamientos confundidos. Me refugie en las sombras y exhale el halo húmedo de la soledad. Decaí en mi jaqueca, rendido a los pies de una arruinada escalera.
No podría asegurar cuanto tiempo estuve allí inconsciente, pero cuando desperté hurgué en mi bolsillo y un humo espeso calmo mis dolores. Me puse de pie apoyándome en la pared, mis fuerzas volvían poco a poco.
Subí las escaleras con un dejo de impaciencia. Las mugrientas paredes ensuciaban mis manos ciegas. Paso a paso crujía la vieja escalera de madera. Su noble base de árboles prohibidos se notaba afectada por el paso de los años. Me demore una eternidad en llegar arriba, o eso pensé, pues mis ojos se palidecieron en cada escalón. En la cima de mi coloso se encontraba mi mayor tesoro, pero no existía la prisa, nada podía arrebatarme mi derecho. Proseguí con paso firme entrometiéndome en la primera sombra. Palpe delicadamente la superficie esperando encontrar a alguien allí, junto a mí.
Fue solo una ilusión pero por un segundo creí ver un niño estirado en el piso con las piernas en la pared. Puse una mano dentro de la habitación y un escalofrío me acaricio suavemente.
Como la seda de luna que corre libre entre los cuerpos de bellas mujeres. Me sentí niño con sueños joviales a la vez que me acercaba al rincón bajo la ventana de mis viejas confesiones. Bajo el marco de la ventana con una antigua caligrafía se asomaba una frase que decía: “Por mi puño morirán las lagrimas derramadas bajo esta ventana”. “Que extraño es el azar de pensamientos de un niño”, pensé. Titubeé un momento, luego me levante y camine hacia la oscuridad que me separaba de la siguiente escalera. El frío viento me susurro algo al oído como un ave perdida en su vuelo sombrío. Fije la vista a mi lado y pude distinguir unas coloridas caricaturas con tiernas sonrisas. Oí sin duda una risa inocente que me incito a quererla sin darle importancia a nada más. Protegerla como a un ángel condenado a este paraíso terrenal. Lleno de voces y roces que estaremos obligados a olvidar.
Sacudí la cabeza tras recuperar la conciencia, nuevamente había terminado en el piso, boca arriba. Di media vuelta y puse un pie en el primer escalón. Un tranquilizante olor a incienso y anís abrumo mis pulmones, refrescando mi respirar en la humedad que expedían las añejas maderas de la casa. La inusual escalera en forma de espiral conseguía seducirme con cada sonido que provocaban mis pasos. Me detuve a medio camino, el olor se hacia mas denso, y un calor que brotaba del otro lado de la puerta, censurada en mi niñez, me llamaba. Me acerque lentamente y gire la manilla con rapidez. Jadeé un segundo y presentí las sombras que se levantaban a mis espaldas. Enfoque la vista y a lo lejos las hilachas de una roñosa cortina bailaban siseando el estrepitoso ulular del viento. Al son de mis recuerdos jure llegar al fondo de mi curiosidad. Olores de flores me acogían en su manto maternal deseándome el bienestar de una vida sin miedos. El apoyo de un abrazo sincero, sin interés alguno más que el de una sonrisa. Se entumecieron mis gestos por las lágrimas que resbalaban desfigurando mi rostro. Un amor incondicional calmo mi llanto mordido repleto de rabia a mi mismo, por mi ceguera que logro olvidar lo que en mi niñez fue pábulo de decisiones y acciones.
Respire hondo y rebalce mis pulmones de este sagrado perfume. Abrigándome con su cariño una ultima vez. Parado en el umbral dedique un suspiro para desgarrar por siempre el olvido, y di una ultima caricia a la manilla de la puerta…

La tranquilidad que se libero en mí al salir de ese cuarto no tiene comparación. No fue necesario ni siquiera un esfuerzo para sentir como el agitado temporal mecía la parte más alta de la casa. No había duda, ya era hora de enfrentar mi deseo. De a dos escalones subí valientemente lo que restaba de escalera. Me detuve en seco al llegar arriba. Los colores crema de las rugosas paredes y su extraña pirámide de recuerdos sonrojo mis mejillas. El habla se me apago en una tenue tos. Ni las nubes venturosas y atrevidas habían logrado oscurecer la mansarda. Las ventanas empañadas en los costados relucían con vida propia. Una sonrisa se dibujo en mi rostro inexpresivo con cada paso que daba para acercarme al enorme ventanal. Un calor brotaba de mi alma, sugerí un descanso al corazón que se agitaba sin perdón. Me senté en el baúl que en años anteriores ocupe como escenario de mis revelaciones extravagantes. El viento que se filtraba por el deteriorado techo hacia girar el ventilador de mis ancianos. Las campanas de viento dedicaban un vals que imagine al lago danzar febrilmente.
Abrí los ventanales de la discordia, morí y nací nuevamente con mis pulmones extasiados. La fría tempestad de las nubes entrelazaba mil y una pasiones en el cielo gris del invierno de mi vida. Mi escondite habitual se hizo visible derramando las hojas que deseche por los cielos. La soledad de mis pasos dejo de tener importancia, acompañado de las sombras de mis amores, que nunca fue necesario poseer.
Es por eso que en mi silencio me rendí bajo la protección de estas paredes. Siempre con la luz sobre mis ojos, cegando el destino de noches como esta. Que nunca acaban en una guarida de temores, sino que buscan entre mi pasado una caricia perdida a cual acompañar. Me confine a esta celda helada, luchando contra los temblores frenéticos que deja mi gélido aliento. Cada vez que respiro se humedece hasta el fondo de mi garganta. Estaré aquí en mi dilema, hasta que termine mi paciencia. Mi despreciable condena me prefiere atado de pies a cabeza o tal vez solo debo olvidar el nombre que se lee en esta pieza. Así quizás consiga el tiempo convertir mi silencio en tan solo una brisa, que logre escaparse en una risa, pasando a ser tan solo una triste melodía…

No hay comentarios.: