Las calles desesperadas se apagaron
con los títeres bailando semidormidos
y el pez tragándose los ocasos.
Hasta el más leve viento siente
el peso de la construcción más liviana.
Dentro del hombre hay otro hombre
que se llama a sí mismo.
Las hojas en el árbol vibraron
el foráneo canto del dolor
que una noche amortiguó la lluvia.
Quizás plantó la semilla un pensamiento
y la regó hasta negarse.
Donde se despertó apoyaron los pies todas la muertes
y luego se acostaron todas las vidas.
Las botellas abrazaron los rieles
tras llorar en la boca del callejón
mirando un puente hacia otros tiempos.
Perder el rumbo es estar solo menos uno
porque cuando tienes rumbo al menos el sueño te acompaña.
No sabría decirte como extraño mi hogar
pues incluso en él soy forastero.
sábado, mayo 15, 2010
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