Esas lolas góticas, las niñas de la providencia.
Crecieron en la palma del desafío,
truecando hierbas por calor y cuerpo por sabiduría.
Sobre puentes que fumaron cientos de versos
en las dualidades de la compañía
(y cuan irrisorio es el repertorio de las soledades).
Desmedí pozas y embarré los pies de mis padres,
qué culpa tuvieron ellos.
Resulta un cuento de cada bochorno si no nos damos cuenta,
vivir tan desesperadamente.
Va y viene el fondo blanco pero los codos nunca regresan,
y parece que de verdad nunca nadie termina de volver.
Y esperar con la cabina rota sufriendo un cielo de cinco estrellas
mientras una pareja te mira, es a veces lo más romántico.
El che sin mapu rondando una sudamérica umbilical,
con cuatro quiltros y una frazada.
¿Qué le regala la calle que no pudo la convivencia?
Esos rincones congelados hacen ecos los tacones,
en guiños de algún farol benefactor.
Se entromete en el cotidiano y luego no sorprende
que tiemble de frío, sin edad ni comida,
una sombra incómoda que se hace cariño.
Pasan de reojo las conversaciones,
la mano sobre el lomo y de largo la pena.
Y de qué le sirve al hombre olvidar la pena por un día,
si, qué va a hacer cuando se quede solo.
domingo, mayo 09, 2010
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