Nunca supo por dónde empezar, para qué hablar de mí. Las botellas a medio botar en la alfombra de su abuelo, el caminito de saliva que el miedo dejó en los cojines. Los colmillos de jabalí colgados de adorno sobre el sitar. Todo era plástico, momentáneo, irónico; el vestido de seda, las marcas importadas, los pañuelos recolectados en viajes y más viajes. Hasta los libros mantenían esa distancia gigante con sus nombres, y sus variadas interrogantes de páginas escritas con tinta blanca y sin imagen. Las fotografías miraban incómodas desde el diván morado, como pidiendo que por favor alguien las tocara alguna vez con las yemas y no sólo con la mirada.
- ¿No te gusta esta pieza verdad?
- Sí, pero a veces hace frío.
- Tú siempre tienes frío.
- Y tú siempre estás aquí para abrigarme. Pásame la guitarra un segundo.
- No te pongas a tocar ahora, quiero contarte algo.
- Está bien, está bien, dime.
- Voy a limpiar tu departamento mañana, en especial toda esa basura que tienes en el suelo. Aahh!...También esas botellas de vino que te tomaste trabajando y que ahora te dio por ocupar de cenicero.
- Las hojas no las botes.
- Pero si esa es la basura mi amor. Además mis padres quieren conocerte. Creo que lo más adecuado sería invitarlos a cenar. ¿Qué crees tú?
- Ya lo tienes todo planeado. ¿Qué es lo que piensas?
- Que necesitas un buen corte de pelo, me gustaría que se lleven una buena impresión de ti.
- Te amo mucho pero no trates de engordarme.
- ¿Disculpa?
- Sólo pensé que te gustaba tal y como soy en este preciso instante.
- No puedo seguir esperando indefinidamente a que por fin concretes tus trabajos. Deberías madurar un poco, buscar un trabajo de verdad, no sé… Tomarte la vida en serio.
- Eso es precisamente lo que hago. Este es mi oficio y aún me quedan sueños.
No sabría con que cara mirar si supiera que todos mis sueños son suyos. Que perdí el rumbo, que me quedé hace tanto en el suelo. El papel basura está arrugado, histérico, manchado, aunque ya no diga nada todavía lo puedo escuchar gritar. La guitarra se desafinó hace meses, ni siquiera duerme en su cama, perdón, ataúd. Sabe que lo he dado todo, que tengo el pecho dormido.
Daban las once en mi reloj, doce en el suyo. Los cuadros se derretían en las paredes.
Dieron las ocho y media, se había ido mucho antes. Es una manzana a la que no se le ve el gusano, incluso puede que haya nacido mariposa. Dejó el típico mensaje, el itinerario favorecido del romance desigual. El mareo letárgico que queda cuando la cama está vacía. “Vuelvo a mediodía.”. A mi cuerpo le faltan botones que no hacen falta, mis pasos se van solos aunque me caiga.
El citófono sonó a eso de las once.
- ¿Si?, ¿Quién es?
- Sabía que te encontraría aquí. ¿Por qué no me has escrito?
- He estado con la mente ocupada en otras cosas, disculpa.
- No es necesario que mientas. ¿Qué haces allá arriba?
- Sabes que encontré lo que buscaba.
- No me digas… Te has olvidado de mi nombre.
- Casi.
- Pensé que eras diferente, que yo era diferente al resto.
- Yo también.
- Me debes el alma nunca lo olvides, adiós.
Lo sé. El amor inmaterial reencarnado a la fuerza no sirve mas que para romper costillas.
La revista de arte llegaba todos los días a la misma hora, era un cliché altanero y casi obligatorio en estos departamentos de ancianos snob, y por cierto, muy bien visto.
Los papeles del cuaderno se disfrazaban de aviones, volando desde el treceavo piso a los balcones de enfrente. Poesía en apuros, cuentos en desuso, lo que fuera para limpiar el pasado o pedir ayuda, (daba igual ambas servían para recordar el nombre).
A las doce y medía en punto entró corriendo con unas bandejas de sushi. Estaba de moda desde hace unos años, yo aún no me acostumbro a tomar dos lápices con una mano.
- ¿Todo bien?
- Sí. ¿Revisaste si me llegó correspondencia?
- No encontré nada. ¿Esperabas algo?
- Te conté sobre la entrevista que tuve el martes.
- Sí, sí, sí. La de los fondos para publicar tu libro. Mi amor por qué mejor no dejas
eso por un tiempo, nada bueno puede resultar de algo que estás forzando tanto.
- Tal vez tengas razón. ¿Recogiste los papeles que te pedí?
- No todos, muchos eran ilegibles.
- ¿Por tu lectura o por mi letra?
- Las dos. A todo esto ya hablé con mis padres, tengo una excelente noticia que darte. Es casi seguro que puedas trabajar en la empresa de mi madre.
- No recuerdo haberte pedido eso, no me comprometas a hacer cosas sin saber que opino.
- Bueno y… ¿Qué opinas?
El basurero estaba repleto, rebalsándose de mugre. Mientras el conserje dormía su habitual siesta argentina de una a cuatro, me colé entre los tachos a revisar que no se perdiera nada importante. El gato lengüeteaba la pelota de mate que cayó cuando abrí la bolsa, debe haber tenido un poco de ron porque el gato se fue dando contra las paredes después de diez minutos. Pedazo a pedazo, junté tres o cuatro frases castradoras de letras para dejar de malgastar palabras. Una estampilla se me pegó al dedo anular, estaba rota. En la carta ponía 29 de Febrero de 2012. La animadversión descontinuada de la fatiga artística, cuánto vale la sangre que sale de una herida invisible e incandescente. Todo lo que paguen no será suficiente. Taparme los oídos había sido necesario para no reconocer el nombre, pero aquí, la petición era clara. La resolución evidente de nuestro pábulo amoroso. Me di una vuelta carnero y terminé caminando con las manos, faltaba un empujón para poder creer, para volver a ser.
Tres días más tarde sonó el citófono, de madrugada, justo cuando iba a apagar la luz del velador. El café permanecía caliente, manchado la madera. El humo me secó las manos, y tuve que untarlas en mis ojos, dicen que así se suda el alma.
- Te estuve esperando. Veo que al fin has vuelto.
- Yo pongo el alma, tú el cuerpo, sin engordar los sueños. Como en los viejos tiempos. ¿Puedo volver a entrar?
- Por supuesto, tú sabes que me hacen falta botones para cerrar el cuerpo.
miércoles, marzo 18, 2009
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