Vivir se vuelve un muerto
cuando el sol se acuesta
entre montañas
y no está el mar revoloteando
cuando cae la pena
brillando en el azul arriba
por tronador que esconde
el manto de una estrella
y es el aullido del tiempo
el que denota la ola atrapada
cual hoja desterrada en el otoño
en vientos de pasajes al olvido.
Y se le ve a uno el otro
ese que aun no termina su plato
y que silbando se pasea
por el andén de la inocencia
con una carta apolillada
casi tanto como el bolsillo
del viejo chaquetón del viejo
que nos queda grande y cierto
en asientos desiertos
en ecos tragados por el silencio,
suspira allá y acá lo siento
como si el tiempo no existiera en él
y aquí fuera eterno.
Luego el largo fuego de la luna
estirándose en un ojo insaciable
que mira dentro de una cueva
que más tarde será un pozo
al que arrojará la tierra
la huella de un desvelo ausente.
Y he aquí al hombre nombrándose
parte del cuerpo de ese verso
con un recuerdo
desovando adentro
como un pececito de hueso
que nada en el flujo de un sueño.