Intente llevar a cabo el resultado menos probable
descubrir una pieza filosofal en las imágenes abstractas.
Propuse un listado de pertenencias por atributo emotivo
y cualidades clasificadas en libros ambiguamente pronunciables.
Esperé que los sonidos fueran igual a significado y símbolo semejante a presunción.
Ultrajé los sustantivos cruzándolos con los verbos e inclusive ordené artículos por
profesión, género, ancho y largo.
Los primeros se convirtieron en amalgama con una transparencia tal que no se podía leer coherencia alguna. Seguido el nombre de los sueños pasados, presentes y próximos para entender adjuntamente al hombre misógino y a Edipo.
Entonces se dió por casualidad que el sentido de los sentidos era el mismo que el corazón de un borracho, y esto último fue comprobado empíricamente por la ciencia adecuable del que la prescribe. Para perder un poco la paciencia, creí que saldrían ilesas las conjunciones y los adverbios, los cuales se fundieron en la retórica prestigiosa del buen lector.
Hubo un escriba que no sabía leer textos ajenos y decía que servía la ignorancia para no caer en repetición, aunque podría darse que sin saber se diera automáticamente en órganos, células, almas y adivinaciónes, cualquier idea pensada, vomitada o ficticia.
Luego quise dedicarle mis trabajos al que quisiera leerlos, eso tampoco funcionó.
Casi a punto de cocción mis casideas se desmembraron por leer un libro de un renombrado.
Dije que olvidaría los lenguajes y empezaría a confundir a la gente con mis imágenes,
lo intenté y gracias a eso quizás uno que otro elite literaria se interesó.
No por bueno o malo, sino porque él era un ser educado de las letras y líder de los progresos editoriales de la época. Claramente esperó a que me muriera, porque sino tendría que haberme pagado algo.
O al menos eso creo yo.
La cosa es que mi proyecto fue un asco, nos morimos todos de hambre, mis hijos, mis esposas y todo quién ingratamente me apoyo emocionalmente para que le diera pasar.
Cuando ya estaba muerto entendí que valgo menos que un diente postizo, y ahora me adecuo a los gusanitos de mis cosquillas y a uno que otro buen amigo que nunca me lo dijo y que ahora viene y me llora.
En fin, a este paso le queda poco al humano y mucho a los poetas.
Qué pena por ellos.
lunes, febrero 01, 2010
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